A nadie le pesa tanto este sentimiento,
como la ausencia de tus ojos en mí.
Tal vez mis pupilas sean el reflejo
de una despedida que aún no quiero escribir.
Me duele saber que tantas vidas
se apagan en silencio cada día,
pero más me duele sentir
que hoy podría ser una de esas vidas.
Escuchar que cada cuarenta y cinco minutos
alguien deja de existir,
es como una herida que no cierra,
porque ese deseo comienza a habitar en mí.
Muchos miran con desprecio
a quienes luchan contra sí mismos,
pero nunca estuvieron ahí
cuando necesitábamos ser escuchados.
Nunca vieron las señales,
aunque estaban escritas en cada mirada,
en cada palabra no dicha.
¿Cómo escapar de esta tormenta
cuando se ha vuelto parte de nosotros?
Cuando cada sombra en la mente
es un demonio que no cesa de atacar.
Me duele, pero más me hiere
que nadie escuche estos gritos mudos,
que las verdades se ahoguen,
y que una sonrisa falsa
sea la única armadura que queda.
Dicen que quienes hablan del fin,
nunca lo cruzan.
Pero, ¿cómo sabes
si ya lo intentamos y fracasamos?
Si es solo la falta de fuerza
la razón por la que aún respiramos.
Nos llaman débiles,
incomprensibles, perdidos.
Pero, ¿quién nos entiende
cuando nadie quiso abrazarnos?
Cuando nadie se detuvo a preguntar
si necesitábamos un poco de luz.
Dicen que no hubo señales,
pero quizás tú no las viste,
porque las ocultamos tras sonrisas
que nos destrozan el alma
en nombre de la paz de los demás.
No quisiera que estas palabras
lleguen a manos vacías,
pero quiero que cada 10 de septiembre
no solo recordemos la prevención,
sino también celebremos la vida.
Que ese día no sea
la última página de nadie.