¿Cómo aceptar que los recuerdos regresan,
como un boomerang que nunca se pierde?
¿Cómo entender que lo que creía enterrado
puede resurgir y arder de nuevo?
Pensé que solo era un sueño,
un eco borroso en mi mente,
pero ahora lo veo con claridad.
Miro las marcas en mi piel,
esas que no duelen por fuera,
pero pesan por dentro,
y me impiden descansar.
Me culpo por dejarte entrar,
por no cerrar la puerta a tiempo.
Tal vez nunca debí permitirlo,
pero cuando hablo de ello,
sus risas hieren más que el recuerdo.
¿Cómo puede un niño tan pequeño
dejar heridas tan profundas,
cicatrices que ni los años
podrán borrar?
Tal vez fue mi culpa,
por no saber decir "no",
por no detenerte antes de caer.
Debí ver las señales,
pero, ¿cómo frenarlo
cuando creía en tu inocencia?
Tus manos cruzaron límites,
sin mi permiso,
pero dolió más ver
cómo mis palabras se convirtieron
en un chiste, una broma estúpida
que nadie quiso escuchar.
Tal vez fui débil por callar,
por no detenerte,
por no reconocer el peligro.
Quizás fue el miedo
el que me ató las manos,
el que cerró mi voz.
Creí que al hablar,
al liberar lo que ocultaba,
encontraría comprensión,
pero solo hallé juicios,
dudas y silencio.
Y ahora…
solo me queda este poema,
como testigo de lo que viví,
como un susurro
que grita dentro de mí.




